sábado, 6 de abril de 2013

Desafiando al destino {1}.


Repaso la línea de mi ojo con el lápiz negro y me miro en el espejo una vez más. Así es suficiente, pienso mientras me acomodo el vestido y salgo del cuarto de baño. 

-¿Ya estás lista? -grita mi madre desde el piso de abajo.
-Si. -respondo de mal humor y me tiro boca arriba a mi cama mientras resoplo.

No entiendo porqué siguen insistiendo con que los acompañe a la cena de empresa de mi padre. Ya tengo 16 años y podría quedarme aquí sola. Supongo que lo hacen para poder presumir sobre mi y sobre mis notas excelentes como hacen todos los años cuando vamos. Estoy harta. Harta de tener que ser la hija perfecta y de tener notas de sobresalientes para que ellos puedan presumir de ello. Algunas veces me siento como un escaparate que no sirve para nada más que para que vean lo buena que soy en los estudios y lo bien que me comporto en casa. Quiero romper las reglas por una vez en mi vida. 

-¡Baja ya, Meg! Vamos a llegar tarde. -vuelve a gritar mi madre desde las escaleras.

Yo sólo vuelvo a resoplar y me levanto de la cama. Coloco bien mi pelo y mi vestido y salgo de la habitación. Una vez que estoy abajo observo a mi padre, un hombre alto y delgado con el pelo negro como el carbón. Está vestido con el traje de chaqueta negro que se compró ayer y se está ajustando la corbata delante del espejo. Tiene sus labios juntos en una fina línea y la expresión de desconfianza que suele tener siempre. Es muy estricto y a veces odio su forma de ser. Cuando me ve, se gira y hace un gesto para que salga y me monte en el coche. Hago lo que me pide y espero a que él haga lo mismo para poder irnos de una vez. Ojalá pase rápido aunque sé que no lo hará. Se pasan la noche hablando de las estadísticas de la empresa y de los problemas que hay que resolver cuanto antes. Estoy harta de todo esto. 

Cuando llegamos, mi padre empieza a saludar a un montón de señores de traje y señoras con vestidos elegantísimos que sonríen nada más verlo. Parece que cae muy bien en la empresa, o al menos eso intentan que parezca. Todos me dan dos besos y después vuelvo a escuchar una frase de tipo: 'Que hija más guapa tienes' o 'Que grande está ya'. Yo sólo sonrío y sigo dándole besos a gente de la que no sé ni el nombre. Así es como hago feliz a mis padres. Según ellos, esto es ser una buena hija. Sin pedirles nada a cambio de que me traigan a sitios como este sólo para lucirme. En fin, ya estoy acostumbrada a esto y, por triste que sea, considero que no voy a poder hacer algo emocionante hasta que tenga los dieciocho años y me marche de casa para ir a la universidad.
Una hora después de estar allí nos asignan la mesa donde debemos sentarnos y así lo hacemos. Por lo que me ha dicho mi madre este año estamos en la mesa del jefe, así que mi padre estará más simpático que nunca y después volverá a decir lo harto que está de él. Es así siempre y por eso a veces lo odio y me entran ganas de gritárselo a la cara. Que odio que en la empresa o con sus amigos sea tan divertido y a mi me trate como si fuera un profesor o algo parecido. Como si conmigo nunca pudiera pasar un rato relajado. Que a mi sólo me recuerde lo importante que son los estudios y que me tenga vigilada en todo momento para que no me salte ninguna de sus muchas normas.

La cena transcurre igual que todos los años. Hablan de cosas que no me interesan y a veces me preguntan sobre mis estudios o sobre la universidad a la que quiero ir. Yo contesto con una sonrisa y sigo comiendo. Después de terminar la cena empiezan a cantar un par de grupos que vienen todos los años y la gente se levanta para bailar, incluso mi madre lo hace, pero yo me quedo sentada mirando el reloj cada dos minutos. ¿Cómo puede pasar tan lento el tiempo? Sólo son las doce y dos minutos y esto parece que va a alargarse. Miro a mi madre y observo como ahora habla con unas amigas que antes no le dió tiempo a saludar. Después, miro a mi padre y escucho como sigue contándole a su jefe las propuestas que tiene para este año. Yo resoplo y me levanto. 

-Papá. -interrumpo su conversación-. Voy a salir a tomar un rato el aire.
-Está bien, pero no le alejes.

Niego con la cabeza y camino esquivando a la gente que ahora baila por todos lados. Hasta para eso es estricto, joder. Le he dicho que voy a tomar el aire a la puerta y me dice que no me aleje. Piensa que tengo diez años y eso me jode más que cualquier otra cosa. Abro la puerta y el aire frío hace que mi pelo castaño se me vaya a la cara. Hace frío, pero prefiero estar aquí a soportar eso de ahí dentro. Vuelvo a resoplar y cruzo los brazos para frotarlos con las manos. Aquí está todo oscuro y no se ve mucho más que los coches que están aparcados delante de mi y unas cuantas calles que ni siquiera sé a donde llevan. Escucho unos pasos y por un momento me asusto y miro a la calle de en frente. Es muy pequeña y sólo hay un contenedor amarillo. Yo diría que es un callejón que no termina en ninguna parte. Escuho otro sonido, pero esta vez no son pasos. Ha sido un golpe en el suelo, como si alguien se hubiera caído. Dudo por un momento si ir a ver que ha sido o si alguien que está ahí necesita ayuda, pero la oscuridad y el miedo me dejan ahí parada. No sé que está pasando ahí pero vuelve a escucharse otro ruido. Una farola que se escuentra a unos metros del callejón, y que creía fundida, se enciende de repente dejándome ver a un chico alto y delgado, con el pelo de un castaño claro, rubio diría yo, y ojos grandes y marrones pegándole a un señor de traje que está en el suelo tirado. El chico de pelo rubio me mira y abre los ojos a modo de sorpresa. Caigo en la cuenta de que no debería estar aquí, viendo esto, y me entran ganas de salir corriendo pero no puedo. Mi cuerpo se ha quedado congelado y no puedo moverme. Creo que por el miedo. 
El chico joven de unos dieciocho años vuelve a pegarle un puñetazo en la barriga al señor que se encuentra en el suelo tirado y me mira. 

-Tú no has visto nada. -dice con rabia y sale corriendo.

El miedo me invade mucho más que antes y creo que estoy temblando, aunque no sé si es por el frío o porque ahora no sé ni qué hacer con esto que acabo de ver. Y la frase se repite en mi cabeza como un mantra. ¿Y ahora qué se supone que debo hacer? Está claro que ese señor necesita ayuda pero, ¿qué podría pasarme si dijera algo? Podría terminar igual que él o incluso peor. 

Dos minutos después salgo corriendo hasta dentro de la gran sala donde se celebra la gala y me escondo en el baño para asimilar lo que acaba de pasar delante de mis ojos. ¿En qué coño acabas de meterte sin darte cuenta, Megan? Siempre acabo cagándola y ni siquiera sé como. Me observo en el espejo y después abro el grifo para echarme algo de agua y aclararme las ideas. Ya me da igual el maquillaje así que me vierto un poco de agua en la cara y lo demás me lo quito con un pañuelo. Respiro hondo y salgo con la cabeza agachada.

Sin darme cuenta de que hay alguien delante de mi, choco con su cuerpo y levanto rápido la mirada para poder disculparme. Cuando lo hago me encuentro con los mismos ojos marrones que hace a penas cinco minutos me miraron para decirme que no había visto nada. Sí, es él. 

                                                          ********

Bueno, por fin escribo después de 964598496 años. Espero que esto 
lo lea más gente porque la verdad es que 
es una historia que me gusta y me haría ilusión tener, al menos, cinco lectores.
Si os gusta, dadle a 'me gusta' o comentadme, pls.
Y si hacéis las dos cosas mejor que mejor, oye, JAJAJAJAJAJAJAJA.
    

jueves, 28 de febrero de 2013

"Tú eres la frase de amor empezada y nunca terminada".


                                                                Click aquí.
Y es que, amor, tu eres la frase más bonita de todas las frases de amor inacabadas. Tú eres esa frase que tu abuelo repetía a tu oído cuando era pequeña y que, a pesar de que pasen los años, nunca llegarás a entender. ¡Ay amor! Tú y sólo tú eres esa frase que al pronunciarla, te deja sin aliento y hace que el corazón se te acelere. Tú eres el guión de una mala película que nunca llegará a estrenarse y eres el olor especial que te despierta por las mañanas. ¡Ay, si supieras todas las veces que he despertado creyendo que estabas ahí! Y la de veces que me he sonrojado pensando en ti porque también eres la risa adolescente que inunda mis oídos a las tres y veintiséis minutos exactos, cuando pasas por debajo de mi balcón, sin imaginarte, si quiera, que allí estoy yo doce minutos antes, esperando a que pases y que en milésimas de segundo me alegres el resto del día. Y es que, amor, eres como esa canción que el compositor deja a medias y que jamás vuelve a retomar por miedo a que sea demasiado buena. ¡Y, ay, si supieras cuantas veces he intentado cantar esa canción que nunca terminó aquel compositor o recitar aquella frase que aquel poeta anónimo nunca se atrevió a completar! Quizás por miedo a que esa frase no tuviera dueño. O quizás porque no eran como yo, que se conforman con verte pasar por debajo de mi balcón. Quizás aquella frase de amor inacabada sólo pedía algo más. Algo que la completara y que se quedara. Algo que no le quedara grande, ni tampoco pequeño. Quizás esa frase de amor inacabada te necesitara a ti porque, ¡ay, amor, cuantas veces te imaginé entre mis brazos! Y cuantas veces imaginé como deben saber tus labios rosas, esos que siempre llevas rasgados por el frío y que necesitan de alguien que los abrace. Y es que, amor, cuantas veces he querido tener el valor de bajar doce minutos antes de las tres y veintiséis de la tarde y esperar a que pases para sentirte más cerca. Para oler el rastro a vainilla que dejas por toda la calle pero, ¡ay, amor, no sabes el miedo que tengo a enamorarme de ti! Y a querer más, como aquel poeta que no encontró jamás ese más que completara su frase de amor inacabada. ¡Y no sabes, amor, cuanto miedo tengo a que un día no pases por allí a las tres y veintiséis de la tarde y perderte para siempre! Y quizás sea eso lo que me pasa y lo que le pasaba al compositor que jamás se atrevió a seguir la canción que había empezado, que tenía miedo. Que tengo miedo. Que tenemos miedo de engancharnos con algo demasiado bueno y acabar peor que el poeta que nunca encontró ese más que le faltaba. Que tengo miedo a echar de menos el olor a vainilla que dejes en mi cama por las mañanas y las manchas de pintalabios en mi cara al despertar. Que tengo miedo a tenerte entre mis brazos y juntar mis labios con los tuyos, haciéndo así que dejen de estar rasgados por el frío, y después perderlo. Quizás sólo es que los doce minutos que espero en el balcón se me hacen eternos y no puedo imaginar como de eterna se me haría una noche sin ti porque, ¡ay, amor, cuantas noches quisiera pasar a tu lado! Y que sólo llevaras una de mis camisetas, esas que te quedarían enormes porque eres muy pequeña. Pero, en realidad, amor, por mucho que te relate lo que siento, no podrías llegar a comprenderlo del todo. Y quizás, sólo quizás, sea eso. Que tú seas demasiado cabezota y no escuches a nadie. O quizás es que has dejado de lado al amor porque piensas que no es, si no más, que sinónimo de dolor y destrucción. Quizás sea que te han hecho mucho daño y ahora tienes una coraza que te proteje de todo lo que pasa por tu lado. Incluso del balcón de la calle por la que pasas todos los días a las tres y veintiséis de la tarde. Quizás es que te da miedo enamorarte y, aunque me hayas visto, te has hecho la tonta y has seguido con tu camino. ¡Y, ay, amor, lo que yo daría por destruir todo lo que te ha hecho daño y que, por fin, un día de estos, te pares justo debajo de mi balcón! Porque no sabes, amor, lo que yo daría por estar contigo debajo de ese balcón aunque sea un segundo. Y aspirar tu olor a vainilla que sólo tú consigues dejar en toda la calle. Pero es así, amor, soy así de cobarde porque yo, como ya dije antes, también me he protegido del amor. Porque no quiero enamorarme de ti, aunque seas el te quiero que necesite escuchar todas las mañanas al despertar o el te odio que después lleve reconciliación incluida y que nos haga sentir tan bien como el último abrazo del día y la primera sonrisa de la mañana. Pero es que, amor, quizás todo esto sea más difícil de lo que pienso. Quizás lo único que necesitemos para romper esa coraza que nos hemos hecho los dos sea que me esperes debajo de mi balcón y que yo baje como loco las escaleras para encontrarme contigo. Pero es que, amor, quizás todo es culpa mia y yo sólo soy un cobarde que no se atreve a gritarte que eres mi frase de amor empezada y nunca terminada.

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Holiiiiiiiis.
Bueno, primero de todo, pedir perdón otra vez por estar sin subir como unos mil os.
Pero, ya sabéis, el instituto quita mucho tiempo.
Y segundo, pedir perdón por la mierda de entrada que he subido.
Que vamos, para haber subido esto, mejor que no hubiera subido nada.
Pero bueno, ya era mucho tiempo sin subir y además me apetecía escribir.
Aunque, como podréis comprobar no estaba inspirada y por eso es una caquita.
Y bueno, sólo decir que tengo en mente dos o tres entradas más que, posiblemente, subiré mañana.
Y nada, que, si os gusta (que lo dudo mucho) le déis a 'me gusta' y, si no es mucho pedir, que me comentéis y me digáis que os pareció.
Aunque sea para decirme que es una mierda.
Bueno, nada más. 
Un besito y gracaias por leer.        

jueves, 7 de febrero de 2013

Mi concepto de felicidad.


El otro día, en la clase de religión, mi maestra empezó a hablar sobre la felicidad y, creo que, ha sido la única vez en todo lo que llevamos de curso, que he estado de acuerdo con ella y con todo lo que dijo. 
Al principio preguntó: '¿Creéis que la felicidad se basa en la ausencia de problemas?' y después continuó diciendo que ella creía que no. Dijo que la felicidad no se basaba en si tenías más o menos problemas. Y también dijo que, en realidad, la felicidad no era algo que tenemos que buscar, sino que la felicidad se repartía en momentos. Habló de lo importante que es fijarse en los pequeños detalles como las sonrisas que te sacan en un día o lo mucho que te rías con tus amigos. Dijo, incluso, que la felicidad podía encontrarse en que no tengas examen ese día. Preguntó que por qué todos buscamos la felicidad como si fuera algo en concreto, algo que atrapar y quedarse para siempre, cuando, en realidad, la felicidad se mide en momentos y en minutos. En simples minutos. 
Yo me quedé admirada porque, la verdad, es que nunca la había escuchado de esa forma. Y la verdad es que me alegro de haberlo hecho porque estuve de acuerdo con todas y cada una de las ideas que pronunció. 
Y es que, ¿que es la felicidad? Todos nos hemos preguntado eso alguna vez. A todos nos ha entrado ganas de salir corriendo en busca de ella. Y todos, alguna vez en nuestras vidas, hemos dicho la típica frase de: 'La felicidad huye de mi'. Pero todos, al momento de haberlo dicho, hemos sido conscientes de que eso no es así. De que la felicidad no huye de nadie porque no es algo que no puedas alcanzar y porque, si por algo no tenemos tanta felicidad como desearíamos es porque mientras nos empeñamos en buscarla hasta debajo de las piedras, nos perdemos los pequeños detalles. Y porque, como bien dijo ella, creemos que la felicidad es la ausencia de problemas. Porque creemos que 'levantarse con el pie izquierdo' es la respuesta a nuestro mal día. Porque nos empeñamos en dejar atrás las cosas que son importantes, por acudir a otras que no merecen tanta atención. 
Si es que, ya lo decía el gran John Lennon; 'la vida es aquello que pasa mientras nosotros nos empeñamos en hacer otros planes'. Mientras nosotros planeamos salir a otros sitios, buscar otras cosas, cuando, en realidad, lo que tenemos es lo más valioso que podríamos tener. Y cuando, en realidad, ahí, en esas pequeñas personas, sonrisas, risas, examenes que cambian de fechas, o niños que te sonríen por la calle, está la verdadera felicidad. En esos momentos en los que te sientes segura. En esos momentos que hacen que, cuando los recuerdas, no puedas evitar sonreír. Los momentos en los que te da igual hacer el ridículo por la calle porque, realmente, no te importa lo que piensen los demás de ti. Por lo menos, en ese momento, no te impora. Y ahí eres feliz. Sin tener que preocuparte por lo que digan o piensen de ti. Sin hacer lo que quieran los demás. Estando loca, pero siendo libre. Y siendo puñeteramente feliz.

La maestra concluyó haciendo mención a la película 'En busca de la felicidad' y poniéndonos de modelo a Chris Gardner. Dijo que él era uno de los mejores modelos a seguir sobre la felicidad y sobre su búsqueda. Él sólo tenía a su hijo, pero luchaba y sabía que en cualquier momento, en el más inesperado, aparecerían esos momentos en los que sería feliz. En los que no pensaría en sus problemas ecónomicos o en lo mucho que le dolía tener que dormir con su hijo en los baños del metro. Por eso mismo divide la película en momentos y, al final, cuando consigue el puesto de trabajo por el que tanto había luchado, dice: 'Este momento, este pequeño momento de mi vida, se llama felicidad'. 

Y es que es así. No hay más. La felicidad se divide en momentos, al igual que en la película. Son los pequeños detalles que, aunque sean insignificantes, son capaces de cambiar tu día o tu forma de pensar. La felicidad es algo tan relativo que podría estar hablando de ello hasta mañana, pero también es algo fácil, si es así como quieres verlo. Porque la vida no es complicada y, por lo tanto, la felicidad tampoco. Somos nosotros, los humanos, quienes la complicamos y la enrredamos hasta que no sabemos como desenrredarla y echamos mano a la escusa de que la felicidad huye de nosotros, aunque, en el fondo, todos sepamos que eso no es así.

                                                             **********
Bueno, como ya habéis visto (quién esté leyendo esto, si alguien, a parte de Sara lo está haciendo) he cambiado el diseño del blog.
Ya el otro me aburría.
Este tampoco es que me convenza mucho porque, no sé, lo veo muy soso. 
Y esta entrada es una mierda con patas.
Una mierda bien grande, pero bue, necesitaba subir ya y es lo único que me ha salido a estas horas.
Aim zorry.
Bueno, sólo decir lo de siempre, suplico a todo ser viviente que esté leyendo esto que le de a 'me gusta'.
Si os gusta, claro.
Bueno, eso teniendo en cuenta que alguien me lea, que lo veo difícil.
Pero en fin.
Aaaah, y cambié también la lista de reproducción y por eso no puse música en esa entrada.
Espero que os guste mucho.   
Un bessso.         

viernes, 25 de enero de 2013

Tocar fondo.

'You may say I'm a dreamer
But I'm not the only one'.
                                                                          Música.

¿Dónde coño está la infancia? ¿Dónde se ha metido? ¿Qué hemos hecho para que haya desaparecido de esa forma? ¿Qué hemos hecho mal para que los niños de hoy en día, con siete años, ya sepan lo que es reírse de los demás, aunque sean mayores que ellos? 
Intento explicarme porqué voy andando por la calle y, al cruzarme con niños de no más de siete años, escucho como juegan a la violencia. A pegarse entre ellos y a decir palabras malsonantes y que, desde luego, no van con su edad. Intento buscar qué coño hemos hecho mal para que los niños sepan reírse de los defectos de los demás, aún siendo tan pequeños. 
Y me pongo a pensar y me da pena. Mucha pena. Porque si nos cargamos la infancia, nos cargamos el mundo. Porque ya ni siquiera sabemos enseñarles los valores básicos a los niños. Porque ya no nos importa si la generación que, se supone, que debe ser el futuro del país, sea una mierda que sólo refleje lo peor de todo el mundo. 
Y también me da pena porque no quiero que esto siga así. Porque quiero cambiar el mundo y no puedo. Porque no quiero que en un futuro, cuando tenga hijos, esto sea así y vea como pasan de bebés a adultos. Porque no quiero ver como mis hijos se pierden su infancia por culpa de una sociedad a la que nadie pone un poco de interés para cambiar. Y aunque se lo ponga, como yo, no pueden hacer nada. 

También, he escrito esto porque, hace dos días, mi maestra de ética nos pidió que escribieramos algo sobre la paz y sobre los problemas que conlleva el que ya nadie sepa que significa eso. Y se la escribí. ¿Y sabéis? Le gustó casi todas las redacciones que leyó pero, cuando leyó la mía sólo dijo: 'Que negativa estás, ¿no?'. ¿Negativa? ¿Negativa por escribir la pura y absoluta realidad que nos rodea? ¿Negativa por escribir sobre las guerras, la gente muerta día a día y los niños a los que enseñan a usar armas desde pequeños? ¿Negativa por decir que los humanos, hoy en día, sólo nos preocupamos por lo material y dejamos de lado toda muestra de paz? Pues, la verdad, yo nunca había llamado a eso ser negativa, sino ser realista. Y darse cuenta de la jodida realidad que nos rodea. 

Yo no soy nadie importante ni lo seré nunca. No sé hacer nada bien y no destaco en nada. La gente me toma como alguien a la que destruir gratuitamente porque sí y ya estoy harta. Estoy harta de mi clase y de los gilipollas que con comentarios me hacen llorar. Y me hacen ser un poquito más débil cada día, cuando, en realidad, debería ser al contrario. Debería hacerme más fuerte pero, es que, ya estoy tan...harta que no quiero tener valor como para hacerme fuerte. Además, sé que por muy fuerte que me hiciera, me seguirían afectando sus comentarios. Y me seguiría afectando el ir por la calle y que unos niños de siete años digan cosas y se rían....y se rían de mi. Pero, como ya he dicho, creo que me da más pena el hecho de que estemos cargándonos la infancia que el hecho de que se rían. Total, ¿que más da uno más que uno menos? 
Y, como he leído en la entrada de una persona increíblemente increíble que dice cosas preciosas, yo también soy un cero a la izquierda, pero un cero que, esté a la izquierda o a la derecha, echan cuenta. Y se preocupan en hacer más comentarios de mi, para hundirme un poco más. Pero bueno, vivan los ceros a la izquierda. A mi manera, soy importante para alguien. O al menos, eso intento pensar. Al menos, de eso intento convencerme.

No soy buena escribiendo, no canto bien y no tengo ninguna habilidad. No sé tocar ningún instrumento. Tengo miles de defectos que, por mucho que intente cambiar, sé que no podré y que, además, son míos y no tendría porqué hacerlo. Virtudes tengo pocas y, a veces, creo que soy demasiado caprichosa. Sé escuchar y diría que soy buena para dar consejos pero, al fin y al cabo, no tengo muchas experiencias de vida. Yo no me valoro porque creo que no soy nadie como para hacerlo. Me siento vacía y sola y esos sentimientos son los más mierdas que he conocido en mis quince años de vida. Me alegra saber que me tengo a mi misma porque, como he aprendido de una persona también increíble: 'Al fin y al cabo, sólo nos tenemos a nosotros mismos'. Soy de esas personas que sueñan con llegar a una edad en la que poder contar miles de cosas. Y que, sobre todo, sean interesantes. Sueño con tener un albúm lleno de fotos y de escritos para que nunca se me olvide lo que he sido. Porque creo, que también es importante acordarte del pasado, aunque no sea muy bueno. Y creo que, en un futuro, cuando me acuerde de las personas que me hicieron daño se los agradeceré y todo, porque me han ayudado a ser la que espero ser en un futuro. También sueño con ser como Albert Espinosa. Y sí, ya sé que eso me resultará imposible pero, al menos, ser una pequeña parte como él. Tener experiencias que ayuden a los demás con sus problemas y tener esas pequeñas frases que para mi lo signifiquen todo y a las que agarrarme cuando no tenga nada más a lo que hacerlo. Soy una soñadora pero, como decía John Lennon, no soy la única. Ni lo seré. 

Me he enrrollado y del tema de la infancia he pasado a contar mi vida de forma resumida y aburrida. He intentado mantener esa información que, a nadie le interesa, a parte...pero, ya véis. Cuando me enrrollo hablando, o en este caso escribiendo, no sé parar. Y lo siento porque, realmente, a nadie le interesa si tengo mil o mil y un defectos y a nadie le importa mis sueños. Nadie se para a preguntarme nunca por el cine, la música o los libros. No hay nadie a quien realmente agarrarme cuando voy a caerme y, por ahora, nadie me ha preguntado si estoy bien, de corazón. Porque, verdaderamente, a nadie le ha importado nunca si lo estoy o no. Y siento tanto ser tan 'negativa', como diría mi maestra de ética, pero es que es así. Esta es la realidad. Esta es mi realidad. La aburrida y constante realidad de una chica indiferente para muchos. La aburrida y constante realidad de una chica de quince años que pretende cambiar el mundo con sus ideas pero que, en realidad, sabe que no va a cambiar nada. La realidad de alguien que, por ser diferente, ya es un bicho raro al que mirar mal y del que comentar hasta que se hunda. Pero bueno, he escuchado muchas veces y de gente que de verdad sabe de lo que habla que, lo bueno de hundirse y, por lo tanto, de tocar fondo es que sólo puedes subir.

                                                                    *****************

Siento otra vez el haberme enrrollado tanto y haber pasado de un tema a otro de esa forma tan....rara.
Pero, de repente, me han venido todas esas ideas a la cabeza y he querido escribirlas también. 
Que después se me olvidan, jajaja.
Bueno, sólo espero que si me lee alguien más, a parte de Sara, que le guste y me comente o al menos 
le de al botoncito de abajo del todo. 
Sí, ese en el que pone 'me gusta'.
Venga, porfis, que es muy fásil y así me haséis felis.
Sólo decir por último que perdón por ser así de 'negativa' como piensa mi maestra y como, seguro que piensa la gente que me lee, pero bueno...es lo que siento en los momentos en los que me da por escribir.
Intentaré que mi próxima entrada no se centre tanto en mi y en mis "problemas y negatividades" y hacer algo más divertido, por decirlo de alguna forma. 
O un relato. Ya veré. 
Bueno, ya está, dejo de enrrollarme que me estoy enrrollando más que una persiana
Sonreid (y leedme, jejejejeje) siempre que podáis.          

sábado, 19 de enero de 2013

'Confío en ti'.

Bueno, primero de todo me gustaría pedirle perdón a Sara que sé que le prometí la semana pasada que escribiría y al final no subí ni nada. Lo siento mucho, en serio. Para ser mi única lectora debería tener más cuidado en no perderte. Y segundo, el texto que voy a poner a continuación no es mio. Lo encontré en tumblr y me pareció precioso. Y bueno, como no sabía sobre qué escribir he decidido hacer una especie de "resumen" sobre todo lo que enseña el texto, con tan pocas palabras. Pues eso, que el texto no es mio pero el "resumen" (por llamarlo de alguna manera) de abajo, si que es mio. Ya no me enrrollo más. Que lo disfrutéis (si es que me lee alguien más aparte de Sara).


                                                                    
En una tarde nublada y fría, dos niños patinaban sin preocupación sobre una laguna congelada. De repente el hielo se rompió, y uno de ellos cayó al agua. El otro agarro una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas, hasta que logró quebrarlo y así salvar a su amigo. Cuando llegaron los bomberos y vieron lo que había sucedido, se preguntaron: “¿Cómo lo hizo? El hielo está muy grueso, es imposible que haya podido quebrarlo con esa piedra y sus manos tan pequeñas...” En ese instante apareció un abuelo y, con una sonrisa, dijo: —Yo sé cómo lo hizo. — ¿Cómo? —le preguntaron. —No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

                                                                                      ****

Para mi, todo lo que dice ese texto, con tan pocas palabras, tiene más sentido que el que podría tener un texto enorme, con muchas más palabras que este.
Para mi, el final de este texto, expresa lo grande que puedes ser cuando quieres y tiene tanto sentido para mi porque yo quiero ser así, así de grande.
Porque lo importante no es si eres un niño o una persona enorme, lo importante es que tengas el coraje suficiente para hacer todo lo que quieres, para conseguir todo lo que te propones. 
Para mi, eso de que confíen en mi y en todo lo que puedo llegar a hacer no es algo que viva día a día, ya que, creo que nadie lo hace. Creo que nadie confía en mi y en lo grande que puedo llegar a ser si me lo propongo. 
Creo que soy la única que saca fuerzas de donde no las hay para decirme que puedo hacer lo que me proponga, que tengo que ser como ese pequeño niño que, con una única piedra y todo su coraje, logró romper el hielo para salvar a su amigo. 
Porque yo creo que las personas pequeñas son las que más grandes pueden llegar a ser. 
Y de eso trata mi vida, de intentar ser grande sin escuchar lo que los demás piensan de mi. Sin escuchar todos esos: 'Nunca podrás...' que, lo creáis o no, duelen mucho.
Mi vida es un: 'No importa, vas a poder. ¿Por qué no ibas a poder?' constante. Y aún así me derrumbo. Porque no es fácil que, además de que no confíen en ti, los demás te digan que no vas a llegar a ser nada. No es fácil tener que darme las fuerzas a mi misma cuando, en realidad, sé que no sirvo para darle fuerzas a nadie. 
Que tengo mil defectos a la vista y muy pocas virtudes que, además, se esconden de todos. 
Que no sé aún qué estudiar en un futuro y que, aunque me cueste aceptarlo, soy un desastre. Un desastre con piernas.
Que a mi con un 'confío en ti' me enamoras y, no sé si seré gilipollas por ello, lloro. Lloro como si me hubieras dicho la cosa más bonita del mundo.
Pero el problema es que hay pocos 'confío en ti' en mi vida.

Ojalá fuera todo tan fácil como en el texto. Ojalá no hubiera nadie a mi alrededor para recordarme mis mil defectos y lo muy complicado que lo tengo para llegar a ser todo lo que quiero ser. Ojalá no hubiera en mi día a día gente que me hace daño porque sí. Ojalá alguien pronunciara las tres palabras más sencillas del mundo. Ojalá alguien se atreviera a decirme: 'Confío en ti y en todo lo que tienes pensado hacer. En todos y cada uno de tus sueños y en la de cosas que podrías llegar a ser si te lo propusieras. Confío en que vas a ser tan grande como quieras'. Ojalá no fuera tan difícil decirme a mi misma 'confío en ti'. Aunque, como me enseñó Albert Espinosa, es difícil disfrutar con un 'te quiero' propio y, por lo tanto, también lo es con un 'confío en ti' propio. 

Yo no quiero ser algo demasiado grande, mis sueños no son demasiado inalcanzables y mis ideas tampoco son tan difíciles de entender. Pero necesito que dejen de recordarme mis defectos. Necesito que crean en mi por una milésima de segundo y que, aunque no me lo demuestren mucho, estén conmigo. Porque yo también necesito apoyo. Porque yo también soy humana y también puedo equivocarme. Y, por supuesto, también puedo ser como ese pequeño gran niño que salvó a su amigo porque nadie a su alrededor le dijo que no podría hacerlo. Porque yo también sé luchar por lo que quiero aunque a veces me cuente demasiado. Y también sé hacer ver lo que valgo. Y voy a hacerlo, claro que voy a hacerlo. Y entonces, por cada persona que haya ahí para recordarme lo pequeña que soy, más grande voy a hacerme. 

Porque, para mi, el ser pequeña no es ningún impedimento. El impedimento son las personas, que destruyen gratuitamente. Que hacen que te sientas aún más pequeña de lo que ya eres. Porque, para mi, tener coraje y ganas de seguir luchando por todo lo que quiero, se convierte en una lucha contra todas esas voces que me gritan, cada vez más fuerte, que no puedo. 
Y que, me da igual si piensan que por sus comentarios voy a dejarme ganar. Claro que no voy a hacerlo. Porque también, y por mucho daño que me hacen, me han enseñado a ser valiente. Y los valientes no se rinden. 

Así que sí, quiero ser como ese niño. Quiero recoger el coraje y la fuerza necesaria para hacer lo que quiera y cuando quiera. Quiero luchar hasta que ya no me queden más fuerzas y dejar que ellos se desgarren las gargantas gritándome que no puedo, que ya me compraré tapones para no escucharlos. 
Que ya seré tan grande como para no escucharlos desde mi altura.

El tiempo, que se escurre entre los dedos.